Si no caminabas por las calles de la Ciudad de Guatemala en 2006, omitiste un viejo Volvo verde que navegaba los alrededores con un par de pálidos pies descalzos que se asomaban de la parte trasera del vehículo, insinuando la macabra naturaleza de sus contenidos: un cuerpo sin vida en la joroba. La persona detrás de esta acción fue Gabriel Rodríguez, un artista conocido por empujar a los espectadores hacia el límite de la tolerabilidad, confrontándonos con cosas que intentamos ignorar, mientras mantiene un toque casi gentil en su uso de acciones simples que se funden en la vida diaria guatemalteca.
Este chocante viaje en automóvil a través de una ciudad, que por décadas ha intentado enterrar su propia historia violenta, se titula Muerto, 2006. La acción, que es uno de los primeros trabajos de Gabriel Rodríguez, se llevó a cabo en la Ciudad de Guatemala hace diez años. No es coincidencia que Muerto evoca el lenguaje de los pioneros del arte conceptual —Aníbal López, Regina Galindo, o Jorge de León—todos primordiales “colegas artistas” de Rodríguez.
El punto de partida para las intervenciones urbanas disruptivas en Guatemala es frecuentemente la peculiar naturaleza de la violencia, que puede ser tan omnipresente como ignorada. Para aquellos que atestiguaron los arduos intentos de la nación de barrer su historia violenta bajo el tapete, las acciones artísticas de Rodríguez son difíciles de distinguir de la realidad de todos los días en Guatemala.
Muerto continúa viviendo en una simple documentación fotográfica, justo como el trabajo Pequeño Sísifo, 2008, en el cual el artista le pagó a uno de los tantos niños trabajadores de las calles de la Ciudad de Guatemala para que sostuviera un pesado trozo de asfalto, por el tiempo en que su fuerza se lo permitiese, antes de que lo dejara caer al suelo. Para apreciar estas obras, somos forzados a reconocer la presencia de violencia en nuestra sociedad, o a hacer lo que estamos propensos a hacer en la realidad: mirar hacia otro lado.
Las instalaciones de Rodríguez suelen jactarse de elementos humorísticos y nunca rehuyen de revelar paradojas. En su trabajo Propiedad de dios, 2009, él declara que el cielo raso del espacio de la galería es propiedad de Dios. Mientras que en Todas las escuadras que puedo hacer con mi cuerpo, 2014, nos presenta una serie de siete fotografías, en las cuales demuestra todos los ángulos de 90 grados que puede formar con su cuerpo.
Con inquebrantable honestidad, Rodríguez presenta su propia relación con el mundo del arte, y cómo él se convirtió en parte del mismo, en el vídeo Cómo me convertí en artista, 2013. Dejando de lado la idea romántica de sentirse llamado a la profesión, simplemente revela qué libros de arte leyó antes de que pudiera cómodamente referirse a sí mismo como un artista. Todos tenemos nuestros ídolos e inspiraciones, muchos de los cuales preferimos mantener en secreto con el fin de conservar un aura de misterio alrededor de nuestras motivaciones. Rodríguez nunca ha tenido paciencia para ese pretexto.
Texto de Sandino Scheidegger. Traducido por Diego Arias Asch
Gabriel Rodríguez nació en 1984 en Ciudad de Guatemala, donde vive y trabaja. Desde que fundó el espacio artístico Sótano 1, en el centro de la Ciudad de Guatemala en 2013, el mismo se ha desarrollado como un lugar de encuentro definitorio para la creciente escena artística independiente de Guatemala.
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