Nadie había venido a ver la acción de un artista, en las primeras horas de una mañana, cuando los asistentes penetraron un jardín comunitario para escuchar a un agrónomo que daba una conferencia sobre biodiversidad. Se sentaron sobre bancas de madera, enfocados en tomar notas, inconscientes de que estaban experimentando uno de esos momentos fascinantes en que el arte y la vida no se diferencian.
Reverberando el flujo constante de la naturaleza, incluso en los confines de una sola locación, el artista y agrónomo Carlos Fernández ilustra la biodiversidad en un solo canvas grande, sobre el cual ha pintado una y otra vez. Mientras muchos artistas ensamblan documentación tangible de sus acciones como obras de arte premeditadamente diseñadas para su exhibición, Carlos rompe con la convención al pintar de manera perpetua sobre su propio trabajo, representándolo en un medio efímero. De la anatomía de las raíces de la yuca a la organización óptima de un jardín, de los sistemas de cultivo a cuáles plantas pueden ser usadas como fertilizantes naturales —todo esto y más ha sido puesto en el canvas, en el que sólo el más reciente tema es visible. El resto se esconde en una gruesa capa de pintura.
La práctica artística de Carlos no se disfraza. Es única en su habilidad de crear esos momentos cuando el borde entre arte y vida se torna borroso y cualquier explicación podría distraer de la experiencia. Por esta razón, Carlos evita discutir su aproximación artística durante sus conferencias, especialmente cuando su trabajo es expuesto en el contexto de la vida diaria. Sin embargo, el respaldo conceptual de sus acciones-conferencias son mejor escrutadas en las infrecuentes ocasiones en que el artista presenta sus ideas y conocimiento en el espacio artístico.
Las conferencias y los talleres de Carlos suelen extenderse más allá de las paredes de los jardines; a las galerías y los museos. En dichos espacios, él organiza acciones comunales como el intercambio de semillas, donde le solicita a los visitantes que traigan las de las plantas de sus casas para canjearlas con él por algunas de su archivo, que contiene centenares de semillas que ha recolectado a lo largo del país. Los espectadores que se presentan sin algo que ofrecer también reciben semillas adecuadas para el ambiente de su hogar, siempre y cuando regresen algunas semillas en un año, cuando las plantas hayan crecido. Esto es más que un simple gesto; es un servicio vital que mantiene el archivo de semillas al día.
Independientemente de la locación, en el mundo de Carlos no hay razón para separar arte y vida. Él lleva esta idea un paso más allá al crear un cuerpo de trabajo genuinamente creíble y cercanamente conectado a los aspectos cotidianos de la vida, proveyendo tanta dirección para la gente del mundo del arte, como para aquellos fuera de éste. Sus enseñanzas motivan la participación activa en la sociedad en lugar de la observación pasiva a través de las artes.
Esta cercana interacción entre arte y no-arte es consistente en la forma en que él concibe su propia trayectoria creativa: haciendo malabares entre ambas profesiones, artista y agrónomo, antes de finalmente fusionarlas en una sola práctica consistente, una que conecta desarrollos sociales, ecológicos y económicos más amplios, y al mismo tiempo encarna el medio de la conferencia-acción, lo cual genera conocimiento situacional y no-situacional.
Esta forma de práctica artística podría nunca ser adecuada para el público general, pues demanda que la audiencia se tome el tiempo de escuchar, y depende de su habilidad para dar –y así posteriormente recibir. Estos son rasgos, que por momentos parecen haber sido suprimidos de las artes hace mucho, son como el mencionado espacio de conferencia de Carlos: un jardín público hasta ahora tan ajeno al mapa del arte que uno debe mirar a la comunidad local para encontrarlo.
Texto de Sandino Scheidegger. Traducido por Diego Arias Asch
Carlos Fernández nació en 1986 en San José, Costa Rica. Él vive y trabaja en lo alto de las montañas que rodean la ciudad capital.
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